lunes, 27 de febrero de 2012

Alice in Chains o cómo empecé a dejar de ser adolescente

Como casi todos los que pertenecen a mi generación, me hubiera gustado ser adolescente en los noventa. El hecho de que alguien quiera haber nacido unos 4 o 5 años antes no se podría explicar si no fuera por las películas, las series de televisión, la ropa, y sobretodo por el grunge y el rock alternativo de los 90. Pasé casi toda la adolescencia escuchando y disfrutando esta música, pero recién en este momento de mi vida, en el que estoy por abandonarla, me he decidido por escuchar algunos discos de esa época, y he comenzado justamente por aquellos que no me llamaron la atención en su momento.


El primero que escuché fue Facelift, de Alice In Chains, una banda que había dejado relegada por falta de tiempo, de posibilidades ecónomicas y tecnológicas, y porque lo poco que había escuchado me parecía poco interesante. De todos modos, me detuve a escucharlos, y me gustó. Pero si esta última frase no alcanza para explicar mi impresión, me voy a extender un poco más.

Facelift fue editado en 1990, un año antes de Nevermind, y junto con una lista interminable de discos, es uno de los que conformaron el sonido que conocemos como Grounge. Como se trata de una banda de los inicios de este género musical, se pueden reconocer en algunas canciones influencias de Hard Rock y Funk, en canciones como I know something (bout you)o Put You Down. Esto es algo que hace diferencia frente a grupos como Nirvana o Pearl Jam, que se basaron más en el Punk o en el Rock alternativo de finales de los años ochenta. También considero que es una de las bandas de Grunge que tiene un sonido más cercano al Heavy Metal.


En fin, como todo primer disco de una banda, salvo algunas excepciones, no se trata de la mejor obra de la banda, pero sí un gran primer disco, con canciones excelentes. Tengo que confesar que las canciones que más me gustaron fueron las que se encontraban más alejadas del Grunge tradicional. El resto es una gran muestra de rock pesado, que incluso se permite algunas licencias de noise. Alice in Chains es una gran banda, y este es un muy buen disco, pero cuando pienso en la década del noventa la asocio a un sonido muy distinto, más cercano a lo onírico y a lo fantástico. Un sonido que me hizo soñar y transportarme hacia otro lugar, que me hizo sentir joven por siempre. Este disco no lo logra, no por ser un mal disco, sino por ser algo distinto a lo que busco en el género.



Mejores canciones: Man in the Box, Sea of Sorrow, Confusion, I know Something
Canción menos Grunge: I know Something
Peor canción: Real Thing

miércoles, 22 de febrero de 2012

Gabo Ferro y un manifiesto

Cuando decidí hacer este blog, decidí tomar algunas disposiciones. En primer lugar, no me voy a limitar a ningún género específico, ni a ningún tipo de expresión artística en particular. Lo único que está claro es que voy a hablar de arte, y no de una forma academicista y pretenciosa, sino de la forma en que cualquier persona mediocre (como es mi caso) puede analizar una creación. Como última aclaración, tengo que admitir que no voy a hablar de artes plásticas, por que es un tema que desconosco totalmente, y mi atrevimiento no llega tan lejos.
En síntesis, voy a escribir sobre lo que me de la gana, y de la forma que me de la gana. Y ya es momento de comenzar.

Hace bastante tiempo que no estoy al tanto de las novedades musicales, pero de vez en cuando mis dedos tocan alguno que otro disco, y aunque no siempre lo hacen en fechas cercanas a su lanzamiento oficial, intento que acercarme a ella lo más posible. El primer disco del que voy a hablar fue editado a finales del año 2011, y no tuve la posibilidad de escucharlo (o de saber que existía) hasta comienzos de enero. Se trata de “La aguja tras la máscara”, el último disco de Gabo Ferro.


Es difícil definir en pocas palabras el arte de Gabo Ferro. El arte no debería explicarse, pero a veces es necesario que alguien cometa esa imprudencia en beneficio de aquellos que lo desconocen y quieren acercarse a él o no. Seré entonces en este caso el imprudente de turno.

Gabo Ferro es un músico que dio sus primeros pasos en la década del noventa, formando parte de una banda de Hardcore llamada Porco, en donde lucía tanto sus habilidades vocales como sus facultades líricas, en letras totalmente nihilistas y escatológicas, dotadas de una belleza legítima y perturbadora. Editaron dos discos que son alabados por la crítica, y llegaron a ser una de las bandas más respetadas dentro del underground de finales de los noventa.


De Porco hablaré en otro momento. Ahora toca hablar de la etapa solista de Gabo. El 31 de marzo de 1997, en plena presentación en vivo, el perturbador cantante, poeta y compositor enmudeció totalmente. Dejó el micrófono en el suelo, “como quien recuesta a un niño”, y se retiró del escenario. Porco había terminado para siempre, y a Gabo lo había tragado aquel silencio que duraría 7 años en los que se dedicó al estudio de la carrera de Historia, de la que se recibió con honores.

En 2005, Gabo Ferro vuelve a la escena musical con un disco grabado en un solo día: “Canciones que un hombre no debería cantar”. Es aquella producción la primera muestra de su nuevo estilo, orientado a un formato más cercano a lo sanguíneo y a lo acústico, que complementa unas líricas más refinadas y exquisitas, desprovistas de ese tinte provocador que tenían las letras de Porco, pero que conservan esa actitud maldita y perturbadora. En esta etapa de su carrera, la extraña conjunción de su poesía y su música transforman a Gabo en una especie de cantautor maldito, un demonio poético aparentemente inofensivo, pero que resulta desgarrador cuando sus versos impactan en el lugar indicado. Conserva ese estilo hasta el día de hoy, pero con el tiempo se ha ido contaminando de ritmos variados y poco abordados por el rock nacional actual, como la chanson française o el vals.


Pero esta característica no se cumple en su totalidad en este último disco, en el que predomina un tipo de composición más cercana a la canción tradicional y a esa veta folklórica que desarrolló en algunas de sus mejores canciones. A diferencia de otras de sus producciones, en “La aguja tras la máscara” no suena ni una sola guitarra eléctrica distorsionada. La intervención de la tecnología se limita a algunos coros multitrackeados y a algunos segmentos de voces ambientales (especialmente en la canción “solcito lindo”, uno de los temas más folklóricos del disco).

Considero que es éste el disco de Gabo Ferro más aburrido que he escuchado desde “Amar, temer, y partir”, editado en el año 2008. A pesar del sentido material poético de algunas de sus canciones, son pocas las que realmente han llegado a cautivarme. La letra de “El enterrador y la muerte” presenta otra de las típicas inversiones de sentido que se transformaron en la marca personal de la poética de Ferro gracias canciones como “Costurera y Carpintero” o “Retiro Terminal”. Acá estamos ante el uso de un recurso poético utilizado anteriormente por el autor, pero que en este caso se complementa con la atmósfera perturbadora y tenebrosa de la canción, y la convierte en una de las mejores canciones del disco.
Al igual que en el aspecto musical, en las líricas tampoco hay demasiadas novedades, pero en algunas canciones hay grandes muestras de su genialidad poética: Frases como “el cuerpo es poesía, el resto es verso” (de la simple y bella canción “La pasión del espejo” ) o “Si esta realidad no tiene que ver conmigo, ya está, no existe” (de “voy a negar el mar”) son pruebas de esto.
En conclusión, creo que es un disco bastante aburrido, que seguramente le debe gustar a los fanáticos del músico, pero que a aquellos que no les agrade el autor o estén buscando algo diferente e innovador no creo que les guste. Personalmente, prefiero la faceta más ecléctica de Gabo Ferro, la que suele verse en algunos de sus shows en vivo o en discos como "El hambre y las ganas de comer". De todos modos, me llevo un par de canciones.

Mejores canciones: “La pasión del espejo”, “El enterrador y la muerte”
Mejor letra: “La pasión del espejo”, “Voy a negar el mar”
Mejor música: "El enterrador y la muerte"
Premio “Más de lo mismo”: “Semejantes alas”